Caverna de vidrio

 

Busco el alma ausente debajo de mi piel de vidrio. La fragilidad de vaso colmado hasta el borde me dice, al oído mientras nadie escucha, que confundo la plenitud con el vacío. El grito y el eco se confunden por obra del hábito claustrofóbico de aprender a ver en las tinieblas de esa caverna de sangre, huesos y vísceras. El hogar es una prisión con la puerta abierta en la que permaneces por voluntad propia en nombre de la falsa comodidad de lo familiar. Nunca he sido yo del todo, soy más ese ser anónimo que ha escrito los libros más antiguos con las palabras más simples. Soy tú viéndote en el espejo sin reconocerte por los embates del tiempo. Eres ese "yo" aferrado a la imposibilidad de perpetuar la despedida y atesorar, en cada bocanada de aire, ese cautiverio resguardado con celo, bajo las densas capaz de ese eufemismo llamado «amor propio».

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Maelstrom: remolino perenne y triturador.

En nuestro interior difuso y licuado

habitan mares,

 el torrente sanguíneo

emula los hábitos recurrentes (antigua paradoja centrífuga y centrípeta)

y mareas cíclicas de los oleajes desfallecientes.

Ecos líquidos de nuestra vitalidad enjaulada

en recorridos
a ritmo silente y regular.

El patrón es signo y frecuencia.

El mundo entero condensado

dentro de bolsas de piel y una cárcel de huesos.

Caverna de carne inundada hasta las sienes

la sangre al cuello,
 en la gruta de insondables misterios

y  decapitadas cavilaciones.

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La insania del Mal


Cada cierto tiempo, impelidos por la obscena violencia de las circunstancias, nos vemos empujados a cuestionar todo cuanto la historia nos ha enseñado sobre el origen del Mal. Quizás esclarecer las motivaciones personales detrás de la maldad sea el aspecto que mayores respuestas aporta al debate sobre el entendimiento de actos inhumanos que a modo de transgresión mancillan las pautas morales que sirven de guía a la vida en sociedad.

Si se entiende el asesinato como manifestación más concreta del mal absoluto, por la falta de escrúpulos y la sangre fría necesaria para privar la vida ajena, aproximarse a la lógica que opera en la mente del asesino aporta ideas inquietantes sobre la naturaleza humana. Matar no es un acto inocente, sin embargo el alegato común entre la justificación de su violencia se encuentra la tendencia a identificar el acto criminal con el influjo seductor de instintos que desbordan momentáneamente la razón. De hecho, la posesión de fuerzas de orden casi sobrenatural forma parte de la tendencia histórica a interpretar el Mal como agente externo a la voluntad y conciencia del individuo.

El filósofo francés, Albert Camus, usaba la enfermedad como una alegoría que permitía retratar o encontrar explicación a las sinrazones del mal. Entender el origen el mal y sus manifestaciones en el corazón humano desde la perspectiva de la enfermedad, sin duda, incorpora en su diagnóstico moral, conceptos asociables al imaginario de esa extraña ciudadanía que impone acceder a los territorios de los apestados y las zonas de la morbidez de la carne. La vida reducida a mero síntoma, el contagio como interacción social y la paranoia que trae consigo la vecindad de la muerte. Todas esas sensaciones acompañan en la sombra la extrapolación del lenguaje de la enfermedad a la explicación de la lógica oculta detrás de los motivos inhumanos que empujan a hacer el mal.

Que el mal obedezca a la falta de escrúpulos y a la subordinación voluntaria del imperio de los instintos nos instruye sobre cómo opera el deseo de hacer daño a otros. El poder sobre los demás mediante la violencia cobra forma de deseo irrefrenable cuando las alternativas de la bondad ponen en riesgo la propia supervivencia, tal como sucede con los pacientes entregados a la calle ciega de la prognosis paulatina de una enfermedad mortal o el cuerpo doblegado frente a la manifestación de la decadencia del organismo producto de un padecimiento crónico. Nada sensato hay en el deseo de asesinar a otro. Es un acto puramente irracional. Los motivos del asesino no encuentran justificación moral sostenible. La senda irreversible de los daños ocasionados guardan semejanza absoluta con los cambios a la fisonomía y la sensación de pérdida del enfermo, quien ve trastocado para siempre su vida y semblante. El mal aliena al individuo de sí mismo. Desgarra su lugar y presencia en el mundo. Una decisión de apartarse de la norma, la sociedad y el mundo civilizado. Quien hace mal asesina parte de sí mismo y secciona su humanidad.
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Schopenhauer

Ciertos días se descubren reveladores y nos damos cuenta de certezas personales incómodas. Entre esas verdades gruesas de tragar considero que el asunto de la madurez ocupa un sitial prioritario. La madurez puede llegar demasiado tarde para algunos, ese es mi caso. Cuando ya tomaste decisiones determinantes y es imposible desandar el camino recorrido. De pronto descubres el abismo distante que media entre cada paso de tu zancada hacia un futuro no escrito. Esa talmúdica encrucijada es tan breve que nos patenta en cara el sentido de no pertenencia de nuestro propio pasado. Tal vez no existe reconsideración posible y preguntarse quién fuiste equivale a cuestionar los actos de una tercera persona. Hay un filósofo alemán entregado a la traducción occidental del budismo que se afanó en demostrar que el instante presente es la única categoría real y concebible para medir el paso del tiempo. Si convenimos que el presente absoluto es el único asidero auténtico con lo real, cualquier idea de futuro y pasado resulta ilusoria a razón de cualquier intercambio humano. La felicidad es una quimera. No se llega al mundo para ser feliz, la máxima aspiración es evitar el dolor. Los caminos del dolor son la necesidad y el aburrimiento. En ese caso la amargura es una opción sabia cuando se averigua el talante desesperanzador del mundo.
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pies en el suelo


El insano recuerdo de tus desvaríos

asidos de pies y manos

Cabalgan, sin riendas ni espuelas, en el lomo sin pulir

de la madera desnuda.

La rústica e hiriente caricia del carpintero dispuso

Apariencia y trato cruento

 a las carnes mutiladas de tu cabalgadura.



La hospitalidad del manicomio

Cautiva en celdas transparentes

Contagia la cura

que anida a solas en la nostalgia

por la coherencia estatuaria del afuera

sin saciar la sed por los venenos del mundo exterior



Garganta sedienta

No te aferres a la esperanza de caer

No te fíes del andar desbocado de la imaginación

Tu boca extenuada

por los desafueros y los hábitos pertinaces de quien respira

es trama y fin

Aliento y desaliento

La asfixia indolora y contemplativa

del paroxismo



Morir nunca es intento

No hay veneno ni puertas

Tu agonía

Solo es remedo

De soledad

Sombra y alegría de reposo desposeído



La combustión del aire

Consume materia

Sin madera para vivir

El aire escasea

estrangula los fuegos

De la vida

sin voluntad ni tiempo

para disentir.
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pies en el suelo


El insano recuerdo de tus desvaríos

asidos de pies y manos

Cabalgan, sin riendas ni espuelas, en el lomo sin pulir

de la madera desnuda.

La rústica e hiriente caricia del carpintero dispuso

Apariencia y trato cruento

 a las carnes mutiladas de tu cabalgadura.



La hospitalidad del manicomio

Cautiva en celdas transparentes

Contagia la cura

que anida a solas en la nostalgia

por la coherencia estatuaria del afuera

sin saciar la sed por los venenos del mundo exterior



Garganta sedienta de los venenos del mundo

No te aferres a la esperanza de caer

No te fíes del andar desbocado de la imaginación

Tu boca extenuada

por los desafueros y los hábitos pertinaces de quien respira

es trama y fin

Aliento y desaliento

La asfixia indolora y contemplativa

del paroxismo



Morir nunca es intento

No hay veneno ni puertas

Tu agonía

Solo es remedo

De soledad

Sombra y reposo



La combustión del aire

Consume materia

Sin madera para vivir

El aire escasea

estrangula los fuegos

De la vida

sin voluntad ni tiempo

para discernir
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Hospitalidad

En la misma cuadra del edificio donde vivía de niño, a escasos metros de mi primer hogar, quedaba un manicomio. De cuando en cuando, se repetía un suceso que con el tiempo permanecería en mi memoria como enclave fosilizado del pasado u origen de verdades ocultas, que yacientes bajo toneladas de sedimentos submarinos parecen mantenerse sumergidas. La anécdota era simple. Generalmente la lógica de la crueldad tiende a pautarse desde la simpleza en sus engranajes, sus mecanismos bien dispuestos están al servicio del anhelante propósito de perpetuar la desesperanza. La vecindad con el asilo de dementes se hizo tan cotidiana como saludar a mis reales vecinos en el ascensor, me refiero en especial a la sensación que nos embarga cuando nos topamos con esos "familiares desconocidos" que con exagerada formalidad saludamos casi a diario. En ese itinerario de ascenso y descensos arreados por cuerdas verticales, dentro de un caja claustrofóbica, durante el cual sumidos en el trance del mutuo voto de silencio, todos nos postramos ante la impostura de la indiferencia, todos nos hacemos los desentendidos sobre los rastros de la vida ajena que se cuelan por las tuberías, y con naturalidad, casi adrede, disociamos toda certeza sobre nombres y rostros.

El episodio en cuestión al que deseaba referirme, consistía en que, cada cuanto, el mismo loco fugitivo se escapaba de su reclusión y tocaba la puerta de mi apartamento haciéndose pasar por vendedor de enciclopedias. Como la primera vez salí indemne de cualquier daño, se me hizo costumbre recibirlo en la sala de mi casa. La buena fe me llevó a seguirle la corriente en futuras oportunidades y repetir el ritual de la conversación y el fingido interés en su alucinado proceder. Dicen que los sonámbulos no les puede despertar y la perturbación de las andanzas de su sueño puede resultar en terribles consecuencias. Algo similar sucede en las distancias que mantienen a la cordura ajena a los linderos de la insania mental, decides convivir con el vértigo de caer y los mareos que traen consigo, todo a sabiendas que entablar amistad con enfermedades, suele tornarse una obsesión enfermiza.
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Magiar Posta

Cuando sueño que soy Húngaro

Me embarga cierto nomadismo gitano indefinible

Mi rostro inexpresivo de estampilla de bohemia

se aferra como máscara
a las carnes nunca vistas de mi fisonomía,

esa cara trasluce los requiebros de una risa de bárbaro
con los delirios de grandeza de la vida civilizada

El linaje de la violencia y sus atavismos desbordados
rompe los diques de la razón del animal doméstico aplastado en mi interior.

Mis instintos dementes orbitan alrededor de los lances flagelantes y aspavientos,
de un amo compasivo y gesticulante,

Vulgaridad contenida en el aliento suspendido dentro de la garganta,
por el hábito de no respirar aires extranjeros.

Cuando ingenio el cobijo a mi deseo de no ser
                   recurro a teritorrios flotantes que vagan insepultos
en mi anhelo inconfeso de ser húngaro.

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Fisonomía dual

Su doble identidad

hAuNmIaMnAaL

fiel reflejo dispuesto sobre un espejismo congelado

anticipaban su contradicción fundamental:

La vecindad conflictiva entre

la sombra cavernaria de la RAZÓN y el INSTINTO

suma indescifrable de Caos y Orden

La civilización, maquinal y asesina.

El atavismo y su violencia de criatura salvaje.

La inmortalidad de sus planes ambiciosos,

La inminente descomposición de su cuerpo mortal.

Bifronte destino donde
sociedad y naturaleza

disputan su lucha por coexistir
en una misma mente
en sola cabeza

y se entremezclan hasta la indistinción.
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Ojo de vidrio

La obsesión de los vivos con los ojos de los muertos guarda relación con el deseo tenerlos presentes como testigos invisibles de nuestra vida sin ellos. Esa fijación lleva a no querer cerrar sus ojos para sumirlos en la paz de la eterna oscuridad. Sus ojos son la ventana con la que se les invitan a espiar la nostalgia con que reverenciamos  su recuerdo y honramos su memoria. Negativa a olvidar y prolongar la tristeza son haz y envés. La vida cristalizada en el opaco recuerdo de sus ojos sin alma.
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El crecimiento de las montañas

La carga simbólica o estampa arquetipal de la montaña suele estar asociada ineluctablemente con la locura y superación del desvarío. Sube la cuesta quien desea encarar sus delirios o internarse en ellos a solas, cuando desciende es otro, sino más sabio, al menos más próximo al olvido de sus sinrazones. Ese cambio drástico de perspectiva, esa tentación de adentrarse en ese punto de vista enderezado, enterrándose vivo en el cielo, es la misma que acompaña a cualquiera invadido por la sensación del vértigo, igual que sucede cuando te desdoblas y contemplas el abismo de tu propio yo. Marearse viendo el abajo es dejar el propio cuerpo abandonado de control y voluntad. 

Por ese miedo a nosotros mismos o desconocimiento sobre quién en realidad soy o qué piensas, somos montañas. Esas rocas apiladas en afán de crecer a perpetuidad hasta alejarse sin dejar de ser suelo ni su condición de sucia oquedad. Ellas crecen desde dentro en silencio destrozando su afuera, exhibiendo sin disimulo su ruina.

Su soledad da cobijo a reverberancias. El eco no es más que una menospreciada alucinación del yo. Nadie baja siendo el mismo de una montaña. Mientras permaneces arriba quedas enterrado ajeno a cualquier otro propósito que no sea conocer el arriba, qué puebla tu cabeza, la frontera de tu rostro de espaldas. Por eso la mente se ensancha y depura cuando llegas al santuario de esa última pared.
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CONSEJOS PARA LEER VARIOS LIBROS AL MISMO TIEMPO



1. No mezcles géneros literarios o temas afines. Evita el parecido entre los libros, es decir, el compendio debe abarcar distintos registros, tonos o estilos. Procura una combinación heterogénea. Uno de historia, otro de ficción y alguno de poesía macabra decimonónica, por ponerte 3 ejemplos descabellados.
2. Que las circunstancias de cada sesión de lectura sean distintas. Un libro para leer en el autobús durante el viaje de regreso a casa, otro antes de ir a la cama y quizás ponle dedicación a otro en las tardes mientras permaneces apoltronado los fines de semana en la sala de tu casa. Sé regular honrando la elección del lugar y atmósfera adecuada para cada caso.
3. Eres un acróbata o equilibrista sujeto a sufrir de vértigo y miedo, por ello no subestimes valerte de diferentes herramientas para aferrarte a la vida y llegar ileso al otro lado de la cuerda. Debes combinar libros de diferentes extensiones y formatos. Traza con la misma ambición metas de largo aliento que retos intelectuales de fácil digestión, entremezcla sin complejos esa variedad de libros. La mejor compañía del hermetismo y los temas complejos son la banalidad y la brevedad, ese malabarismo hacen contrapeso suficiente para aliviar la carga y no perder el ánimo.
4. A esos libros densos de gran número de página resérvalos para viajes largos. Una continua sesión de lectura sin interrupciones permite que crezca tu concentración, eso facilitará tu capacidad de abstraerte y olvidarte del bullicioso afuera.
5. Si la aspiración es alejarte del mundanal ruido, tu cometido de espantar distracciones de los espacios urbanos altamente transitados, se facilitará echando mano de obras compuestas de múltiples capítulos cortos.
6. Como en otros ámbitos de la vida, no es recomendable mezclar el trabajo y el placer. Las lecturas recreativas y emparentadas con la aspiración hedonista de adquirir conocimiento son ideales para emprender jornadas de lectura en lugares inhóspitos. Es preferible asumir las lecturas por compromiso, obligación académica o fines utilitarios en espacios domésticos donde puedes entregarte a la comodidad del hogar y doblegar con carácter la resistencia natural de nuestra voluntad a cumplir con deberes impuestos por las circunstancias.
7. Cuando culmines alguno de los libros aguarda a terminar el resto de las lecturas paralelas antes de incorporar otros ejemplares y recorrer nuevas páginas.
8. Usar marcalibros en estos casos extremos es asunto de supervivencia.
9. Asigna un número a cada libro e intercala sabiamente las sesiones de lectura, la idea es sumergirse en cada uno por turnos, respetando religiosamente el orden asignado de antemano.
10. Sé discreto y no permitas a nadie que no goce de tu confianza sepa qué andas leyendo o que te entregas a lectura con voraz impiedad. El arte de tus prácticas puede tener detractores y ser malentendida, poniendo en riesgo el respeto intelectual de tus congéneres y el prestigio de tu sabiduría.
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Ciclo vital

Soy hijo de un padre
nieto de dos abuelos
bisnieto de 4 bisabuelos
tataranieto de 8 tatarabuelos

y seré padre de mis hijos
abuelo de mis nietos
bisabuelo de mis bisnietos
tatarabuelo de mis tataranietos

Qué incertidumbre tiene más asidero:

las ruinas del tiempo pasado o el porvenir igual de ignoto

soy historia o futuro

mi voz gutural anudada no tiene certeza alguna
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Futuro insepulto

La sensación de no tener cabida en el mundo futuro o nacer con la convicción de carecer de alguno se asemeja a la intuición del cautivo cuando sus captores le entregan la pala para que cave su propia tumba.
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Vecino atemporal

El aburrimiento lo habituó a redactar notas suicidas con el trivial esmero de un trapecista. Ese vértigo sereno era alimentado por la falta de motivos fatales para despreciar la vida, era su equivalente a la presencia impretérrita de la red elástica rayana al piso. Sin embargo, en la vida siempre todo se agota con puntualidad. Esa condición efímera aplica a todo cuanto existe, mas no deja de causar sorpresa que incluso abarque algo tan perseverante como la fatalidad (...)
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Oscurantismo voluntario

Mi imaginación todopoderosa siempre ha presumido, casi por cuenta propia, de su capacidad de anticiparse al futuro. Pero todo arte ufano irradia las evidencias de sus límites. El exceso de luz ciega, la densa oscuridad ilumina la videncia. Por eso me pierdo a voluntad en las fauces placentarias del anonimato.
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Verde estatua


El verde estático de las estatuas

corrompe
corroe
vicia

el metal, el suelo y sus sombras

tu historia yace desconocida
incrustada bajo capas de mugre abandonada

A solas, la orilla de la playa
aguarda
ajena a sus heridas pasajeras

presiente
cada huella desdibujada por la vecindad de un martes
que olvida agobiada
la longevidad
siempre presente en los remordimientos del lunes

la memoria
no consiente otro extravío
la inocencia de haber nacido
sin temor al mañana

Ignorante del Futuro, de sus decadencias, de sus ruinas.
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Anonimia


DECÁLOGO DE ESCRITORES ANÓNIMOS

I. Ambiciona la inmortalidad como el aire que respiras, aún a sabiendas que la muerte por asfixia es tu destino natural.

II. Crece hasta recuperar tu infancia

III. Permítete derramar en papel todos los recuerdos de los que no tengas seguro su veracidad.

IV. Exprime de tu imaginación el significado de tus propias historias inconclusas.

V. No vayas a dormir sin preguntarte sobre los acontecimientos insólitos que te aguardan el día siguiente.

VI. Si no portas papel ni lápiz en tus bolsillos domestica la vocación efímera y el olvido de las ideas haciendo analogías con los episodios extravagantes de tu propia vida, la memoria hará el resto cuando aterrices en casa.

VII. Convencido interioriza que, más allá de toda intuición, la única verdad sobre la presencia humana en el mundo se reduce a nuestra condición de seres pasajeros. Nuestro tránsito episódico solo deja tras sí tormentas de arena, cualquier esperanza de trascender el futuro está consagrada al fracaso.

VIII. La sangre de tus ancestros impregnan tu mente, no podrás eludir tu origen ni tu historia, aunque ignores sus detalles, también te está vedado sacudir del tuétano de tus huesos el legado de las generaciones anteriores. No pierdas el tiempo ni te desveles tratando de parir una idea original, ir a contracorriente de la historia solo te retornará al mismo sitio de dónde saliste.

IX. La autenticidad del estilo reposa en una impostura, es decir, en el hábito falsario de pretenderse ajeno a sí mismo y el deseo encubierto de deslastrarse de la inclinación autobiográfica de toda escritura.

X. Suicida de raíz el amor al hermetismo y la tentación de encontrar placer en sentirte incomprendido. Una historia sin desenlace sólo alimentará el odio y la indiferencia de tus lectores
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Los tiempos de la sed

Luego de sobrevivir a los espejismos del desierto del Sahara la sed, el frío y el hambre dejan de ser meras necesidades fisiológicas. La satisfacción postergada a ritmo de tortura a contrarreloj nos adiestra en el arte de sobrellevar las carencias alimentando con visiones ilusorias nuestras ganas de permanecer con vida. La tormenta de arena es seca. Los deseos se materializan el horizonte inalcanzable. Así la crueldad del desierto está en la demora y la multiplicación de los pasos que nos separan del fin.


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Expósito (recién nacido)

El futuro de los huérfanos está escrito. Quien pierde a sus padres de forma precoz e irreversible intuye como única certeza las desventuras de su incierto futuro. Sus intuiciones hechas hilachas se anteponen cual cortinas ante las evidencias de sus peores miedos. La soledad poblada de miseria y su condición de inadaptado son su morada y futura promesa. Las ilusiones abovedadas permanecerán, igual que sus esperanzas, confinadas en una caja fuerte sin cerradura. A su vez, su identidad descansa en paz, asfixiada bajo el cobijo del olvido de su propio nombre.  Al descubrirse recompensado en sus áridas expectativas, su decepción atesorada sin resentimientos, justifica una vida en la periferia de la existencia hasta fructificar como recompensa nutricia en forma de desdicha postergada lentamente.
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Vacío perfecto

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Sumido en la inerte espera del tren subterráneo nunca reparo en la anónima compañía de esa multitud de desconocidos que suelen inundar los espacios públicos. Pero ese día mi natural ensimismamiento y entrega a operaciones mentales interminables fueron interrumpidas por cierto anciano que considero oportuno regresar a mis manos algo que, desprevenido, yo había dejado caer de entre mis pertenencias. Al aproximarse el sujeto lleva consigo lo que notoriamente luce como un papel doblado a la mitad. Mi instinto me impulsa a abrirlo de inmediato. Ávido de encontrar alguna respuesta al sentido del incidente me dispuse a leer el contenido del papel. Ante la sorpresa de ser el feliz poseedor de una hoja en blanco sin nada legible no pude más que otorgarle alguna carga simbólica a su mensaje vacío y despoblado de palabras. Tal vez el destino se había valido de este camino ondulante para advertirme de forma desconcertante cuan fútil era cualquier escape tramado contra mi vocación literaria. Era un recordatorio de todo cuanto me resta por escribir o el desperdicio de la elocuencia personal en labores mundanas y otros conformismos rentables. Me resultará esquiva la suerte de escritor enmudecido por la voracidad de un mundo trivial y fatuo. Se trata de un mensaje embotellado sin otra pista contundente que la decepción analfabeta, como sucede cuando el grito es expulsado de tu pecho a sabiendas que su reverberancia particular no hará posible distinguirlo del eco desencadenado gracias a la desolación del vacío que nos rodea. Menospreciar la ficción porque la mentira es enemiga de la realidad nos condena al silencio impostor de la censura, mientras reduce el piso bajo nuestro pies y el aire que respiramos a la condición de inescrutable hoja de papel en blanco.
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Tiempo gastado


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En edad precoz representó una gran decepción descubrir que las piedras más llamativas no eran tales, en realidad se trataba trozos de vidrio erosionados por la perseverante agonía de las olas del mar. Encontré consuelo en otras deducciones emergidas de mi racionalidad adulta que, poco a poco, minaron para siempre ese encantamiento natural del entorno cotidiano. Por años guardé contenidos de termómetros, ignorante de la temeridad de mi colección. Tal vez no he perdido mi tendencia a desdoblar las esquinas y torcer la lógica predecible de mi alrededor. Pueblo los espacios en blanco a sabiendas del escasa significación de las palabras. Quizás sobrevivir sea vergonzoso en las actuales circunstancias, de por sí adversas y mediocres.
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Niño


Durante la infancia la vida solitaria no deriva de una elección personal. Es el refugio ante la indiferencia y la mirada condescendiente de los adultos.
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Telépata

      
La decepción ante la carencia de dotes para la telepatía se hizo contundente ya entrado en años. Justo en el momento empecé a temer por la posibilidad opuesta. Me percaté del poder de los demás de descubrir qué pienso y cuándo pienso  con las meras evidencias de mi rostro descubierto o más bien mil caras puestas al descubierto.
   
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CUERDO FLOJO





Hay días que me asalta la duda razonable sobre la realidad de mi existencia. Pero la certeza innata de no haber sido del todo bienvenido en el mundo es común a la gran mayoría de las personas, esa circunstancia me hace recapacitar. Obligados a vivir con pertinaz empeño damos por trivial el olvido de nuestro origen. Sin embargo, pese a esa concepción rutinaria de la condición humana, me atrevo a presentir una trascendencia oculta en las facetas ignoradas de mi porvenir. Convertir el cuándo en dónde, trastocar el tiempo en espacio, hasta huir del presente inexplicable. Detrás de ese miedo interior a encontrar la manera de evadirse de las huellas del pasado y los indicios del futuro, ubicado justo en la cara posterior de mis globos oculares, se refugia el consuelo de permanecer impasible ante la ruina de un mundo necesitado de mi indiferencia.

De pequeño fantaseaba con ser invisible. Con el pasar del tiempo una actitud silente junto a un andar quedo y monosilábico casi me convencieron del arte de mis propósitos. Mi equivocación se manifestó evidente con la llegada de la madurez y los cambios fisonómicos inherentes a ella. El disimulo no pudo esconderme de la vergüenza de ser observado. La inquietud de mis ojos delataban de antemano la crudeza de un mundo interior en todo su inestable hermetismo. Luego de serios desencuentros descubrí que, pasar inadvertido, requiere de cierto combustible interior difícil de cultivar. La introspección es como la luz violeta alrededor de una llama a punto de extinguirse. Sin duda, el sigilo es un hábito despojado de las secuelas visibles de los vicios más vulgares.

El trato humano en el plano social y cotidiano me resultaba un fardo difícil de sobrellevar. No era tanto timidez como una densa vocación a la introspección. El aislamiento cobró forma de aristas puntiagudas y envolventes levantadas en contra de cualquier contacto directo, cual si se tratara de un enorme alambre de púas que me garantizaba el confort de un voto silente de renuncia. El tránsito a la vida adulta trajo consigo demandas imposibles de postergar. Me vi empujado a abandonar el hábito de refugiarme en mi mundo interior, en parte alimentado por la vergüenza ingobernable que me causaba habitar el mundo. Estar ausente del presente puede ser interpretado como alguna forma de enajenación o alucinada separación de la realidad. Desde que tengo uso de razón me recuerdo replegado en la cubierta protectora del anonimato y la vida al margen. Estar loco es estar fuera de la realidad y el normal desenvolvimiento de los acontecimientos humanos, perderse en las miasmas de la inconsciencia, extraviar tu lugar en el mundo, es decir, mantenerse ajeno al dominio de la voluntad de tu cuerpo, voz y pensamientos. Pese a esas convenciones la tradición literaria ofrece otras visiones del delirio.

Erasmo de Rotterdam hallaba mayor sabiduría en la locura que en la aparente cordura de la gente corriente. El romanticismo alemán y el autor francés Guy de Maupassant, reconocido maestro del relato corto, entendieron que la mirada insólita del loco está revestida de cierto dote revelador e impulso inspirador cercano al misticismo. Esa idealización de la figura del docto alucinado obedece a que la sapiencia de los requiebros del maníaco revelan ángulos impensables de la vida ordinaria. Relacionar la locura y la genialidad es casi un tópico cultural. La mirada excéntrica del loco convierte sus horizontes en vanguardia y sus anticipaciones delirantes en verdades prematuras. Entre la violencia del siglo XX, se abrió paso el novelista Philip K. Dick que, luego de la senda allanada por Los Paraísos Artificiales de Baudelaire, condujo sin atajos a la relajación de las fronteras entre lo real y lo irreal, lo fáctico y lo imaginario. Aquello que convencionalmente llamamos realidad sólo parece ser un constructo o paraje de la mente. Entonces, toda norma y patrón de realidad puede ser abolido y resulta objetable cualquier postura que defienda la soberanía infranqueable de la realidad, en realidad existen tantos mundos como puntos de vista.

Cómo me abrí pasó entre la gente normal y mimetice mi comportamiento extravagante son palabras mayores. Simplemente me di por vencido y dejé de otorgarle importancia a las apariencias. En mi temprana juventud intenté adaptarme y interpreté como discapacidad o anomalía no poder comunicarme, ni relacionarme adecuadamente con los demás. Cuando descubrí cómo opera el mundo de los adultos, desatando los hilos de la hipocresía y las farsantes andaduras del trato entre las personas, también di con el hallazgo de la escasa importancia de no dominar el lenguaje no verbal y no poder mirar a la gente a los ojos.  No tener relaciones sociales estables y vínculos genuinos no me rezaga, simplemente no me distrae y aumenta mis capacidades de observación y concentración. Mis gustos limitados y el abierto disgusto alentado por la interacción directa con las personas me permitieron escabullirme al amparo del ocio fecundo de los libros. Poso la mirada hacia donde casi nadie se asoma, eso, según mi parecer, tiene por nombre supervivencia. Ese es mi equivalente a la salud mental que no consigo en doctores, curanderos y demás charlatanes de feria. La enfermedad mental es un estigma sólo para aquellos empeñados en no contagiarse de plagas invisibles o moderar la incandescencia atávica de los impulsos irracionales de la primera humanidad.
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Ejercicio de estilo




La necesidad es la mejor maestra.
La necesidad tiene la cara muy fea.
Por ende,
Todas las maestras son feas o
Todas las feas terminan de maestras o
Las mujeres necesitan administrar su fealdad con maestría o
Las maestras feas carecen de necesidades reales o
La necesidad otorga lecciones para eludir gente fea o
Ser feo es necesario cuando deseas amaestrar tu vida o
La gente se pone fea cuando pasa necesidad o
La condición necesaria para no afearse implica abrazar la ignorancia o
Para aleccionar a los feos es menester entregarse a una vida de ascetismo y renuncia o
Todos los conformistas y fracasados terminan siendo estigmatizados como personas poco agraciadas o
Si tu novia tiene una fea apariencia, la infidelidad se convierte en un mal necesario o
Es feo pasar necesidad sin la tutela adecuada de alguna maestra de la impudicia o
Es necesario poner caras feas para amaestrar a ciertos animales poco educados o
Es necesario cesar de decir cosas feas para aprender a aceptar a los demás.
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flatus vocis

La supervivencia es el más indigno y vergonzoso de los hábitos. La longevidad solo premia con cansancio a aquellos cuerpos vencidos por las piernas de los difuntos. Pero el peso ondulante de los muertos en nuestras cabezas carcomen, casi a tientas, la esfera íntima de nuestras ideas. Espectros armados con bisturíes de doble filo, bien dispuestos a cumplir su tarea de poblar tu mente de falsos dilemas e ilusorias contundencias. Los alaridos yacen adelgazados  e insomnes entre mordazas de miedo trasparente. Las rutas de escape gravitan inalcanzables, ante tus ojos, abriéndose paso entre la perseverancia de la memoria y la anatomía degradada de quienes osan demorar toda ventaja.
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Robinson Crusoe (CHAPTER IV-FIRST WEEKS ON THE ISLAND)

I now began to consider seriously my condition, and the circumstances I was reduced to; and I drew up the state of my affairs in writing, not so much to leave them to any that were to come after me-for I was likely to have but few heirs-as to deliver my thoughts from daily poring over them, and afflicting my mind; and as my reason began now to master my despondency, I began to comfort myself as well as I could, and to set the good against the evil, that I might have something to distinguish my case from worse; and I stated very impartially, like debtor and creditor, the comforts I enjoyed against the miseries I suffered, thus:

Evil

   + I am cast upon a horrible, desolate island, void of all hope of recovery.

Good
   * But I am alive; and not drowned, as all my ship's company were.

Evil
   + I am singled out and separated, as it were, from all the world, to be miserable.

Good
   * But I am singled out, too, from all the ship's crew, to be spared from death; and He that miraculously saved me from death can deliver me from this condition.

Evil
   + I am divided from mankind-a solitaire; one banished from human society.

Good
  * But I am not starved, and perishing on a barren place, affording no sustenance.

Evil
   + I have no clothes to cover me.

Good
   * But I am in a hot climate, where, if I had clothes, I could hardly wear them.

Evil
  + I am without any defence, or means to resist any violence of man or beast.

Good
   * But I am cast on an island where I see no wild beasts to hurt me, as I saw on the coast of Africa; and what if I had been shipwrecked there?

Evil
   + I have no soul to speak to or relieve me.

Good
   * But God wonderfully sent the ship in near enough to the shore, that I have got out as many necessary things as will either supply my wants or enable me to supply myself, even as long as I live.
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desencuentro

Si el amor es una coincidencia,

el desamor se trata de un accidente, dejado semisumergido

a merced

de la calmosa deriva de los océanos árticos.

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huidizo

Gustoso hubiese dicho la verdad. Sin titubeos habría articulado cada sílaba con la airada vanidad de un locutor de programa cultural. Pese a esa inclinación inequívoca de mi sinceridad no puedo consentir revelarme frente a quien no sabe escuchar. La verdad, nuestra e impura, emerge apenas para mostrar ruinas y corrosión, nunca remedia nada, sólo hace más patente los requiebros decadentes de la frágil naturaleza de las personas. Vivir con la verdad implica golpear tu propia fisonomía hasta desfigurarla entera. Esa cicatriz monosilábica se porta como una máscara que antes de ocultar, más bien desnuda. Las revelaciones evidencian la identidad de tus errores y ubicación precisa de las trincheras donde tu insensatez malsepultó los miedos vencidos por tu empeño de obrar a contracorriente.
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Asido de párpados y pestañas

Exageras cuando das por sentado que la lluvia cae del cielo, la sangre es apenas un líquido intravenoso (derramable y carente de todo valor metafórico), tu mirada extraviada es introspección, el viaje itinerante de las estrellas sacia deseos atragantados, la muerte trae paz a nuestros cuerpos extenuados, cerrar los ojos aplaca tu conciencia, todo tartamudo piensa con lentitud, la nieve derretida limpia el suelo, sólo creces cuando duermes, los relojes detenidos nunca marcan la hora con puntualidad, los insectos respiran aire puro o rindes tributo a la somnoliencia nocturna con la certeza de que todo sueño acaba cuando despiertas.
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penas

Desestimo la sabiduría nacida del sufrimiento. No existe redención en el dolor ni hay consuelo en el arrepentimiento. Sólo me doblego ante el acecho del miedo a las mareas cíclicas del tiempo.
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fin.

Ese año me detuve. Al punto de ser fiel al propósito de no intentar moverme jamás. Sepultarme en el hábito inconmovible de retener el aliento y la erguida firmeza de cada una de mis vértebras. Con pétrea convicción  asumí mi papel de testigo enmudecido de la naturaleza falaz de las personas. Inmisericorde rutina abrazada a modo tic nervioso inacabado.
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Viajero del tiempo

Hay días que me asalta la duda razonable sobre la realidad de mi existencia. La certeza innata de no haber sido del todo bienvenido en el mundo es común a la gran mayoría de las personas. Obligados a vivir con pertinaz empeño damos por trivial el olvido de nuestro origen. Sin embargo, pese a esa concepción rutinaria de la condición humana, me atrevo a presentir una trascendencia oculta en las facetas ignoradas de mi porvenir. Convertir el cuándo en dónde, trastocar el tiempo en espacio, hasta huir del presente inexplicable. Detrás de ese miedo interior a encontrar la manera de evadirse de las huellas del pasado y los indicios del futuro, ubicado justo en la cara posterior de mis globos oculares, se refugia el consuelo de permanecer impasible ante la ruina de un mundo necesitado de mi indiferencia. 
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amigo de lo ajeno

Con la madurez las modalidades complejas de la timidez pueden atrincherarse en lugares diferentes al silencio y la verguenza. Con el tiempo los refugios son tan hondos y densos que el miedo a manifestarse en público y espacios sociales son sustituidos por pasiones más superfluas. El oscurantismo de la vida interior  obliga a darle trato de materia inerte a todo cuanto se expresa como contingente demanda de atención. Se trata de la exteriorización de la voluntad de vivir en las instancias periféricas de la existencia. Justo alĺí, donde no estás tú, ni a nadie interesa posar su mirada.
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desierto sin nombre

En el origen de toda cosa reside la senda a seguir en el futuro. Ese estado de latencia lactante tiene rango de perpetuidad desfallecida. Por eso caer y arrodillarse nos permite mirar atrás a hurtadillas hasta esclarecer el comienzo de nuestro fin. Es un hondo desierto sin nombre que sepulta ilusiones y desesperanzas bajo la pisada irrevocable del paso del tiempo, solo con el propósito innoble de extraviar tu mirada en espejismos interminables.
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auricular

El amparo de las líneas telefónicas diluye la atmósfera personal de toda conversación. Hablar a distancia o por obra de cualquier otro artificio mecánico nos libra de dos males de la comunicación cara a cara. De la exacerbada sensibilidad hacia el interlocutor y de todos aquellos elementos perturbadores que podrían desviar nuestra atención momentánea a las palabras ajenas. No hay aliento u olor alguno, tampoco miradas, ni siquiera una fisonomía a la cual asociar la voz. Resulta obvio asociar estas condiciones con la puesta en práctica de conversaciones con márgenes de confidencia difíciles de tolerar para los enemigos fervientes de la franqueza.
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Liliputienses

Trabajo en un edificio alto con pretensiones de rascacielos. Mi mirada  a diario se asoma con vértigo a los 19 pisos que me separan del suelo. Mis palabras sonarán a vanagloria ridícula. Pero la verdad sea dicha, cuando mis ojos escapan en caída libre, apenas perciben un horizonte informe de suelo y polvo. Semejante a una mosca, ajena a su cautiverio trasparente, tropiezo con empeño rutinario en la ventana, sin saber dónde termina el afuera o dónde principia el adentro. En ciertas ocasiones, mi atención se posa en las personas minúsculas que transitan sin rumbo conocido mientras sumen sus pasos en andanzas hormigueantes. He calculado cuánto miden a efectos de la distancia visual. El espejismo óptico, demarcado por la estatura del edificio, susurra proporciones que siquiera superan los 4 milímetros. La medida taxativa y fidedigna surge de proporciones de alfiler liliputiense. Triste resultado de una pantomima de pinza, hecha sin otros enseres que el vacío imaginario entre el dedo índice y el pulgar de mi mano diestra. Por momentos, el delirio me hace pensar que puedo aplastar, a mi antojo, cada una de las cabezas zigzageantes, en un juego de decapitaciones microscópicas sin propósito definido. Luego recapacito. Es una idea tan descabellada como dar albergue a la esperanza de tropezarme con alguna cara amistosa en mi camino de regreso a casa. Mi presencia intangible en el mundo acaso tendrá un sentido. O el enigma se afianza con la imposibilidad física de encontrar empatía en los otros. Es extraña la sustancia desolada de esta grandeza cabizbaja de hombre encumbrado en las alturas de un edificio. Es como ser grande sin tener pies propios, debe ser la sensación tácita al sedentarismo desvalido de los árboles, seres de ramas móviles y raíces enterradas a perpetuidad.
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lecho marino

Para idearme un futuro acorde con mis ilusiones requiero aferrarme a la imaginación. Para mi pesar, en el trato con mi pasado, también debe mediar la fantasía, si aspiro a no permanecer sepultado en vida por gracia del rudo lastre de recuerdos mal digeridos.
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Descubierto

De pequeño fantaseaba con ser invisible. Con el pasar del tiempo una actitud silente junto a un andar quedo y monosilábico casi me convencieron del arte de mis propósitos. Mi equivocación se manifestó evidente con la llegada de la madurez y los cambios fisonómicos inherentes a ella. El disimulo no pudo esconderme de la vergüenza de ser observado. La inquietud de mis ojos delataban de antemano la crudeza de un mundo interior en todo su inestable hermetismo. Luego de serios desencuentros descubrí que, pasar inadvertido, requiere de cierto combustible interior difícil de cultivar. La introspección es como la luz violeta alrededor de una llama a punto de extinguirse. Sin duda, el sigilo es un hábito despojado de las secuelas visibles de los vicios más vulgares. Hacerse invisible se compara, más bien, a ese morbo que acompaña tu mirada esquiva cuando sucumbe a la tentación de posarse sobre la imagen de un rostro desfigurado o la deformidad física de una persona, tornada de pronto, en inesperada compañera de viaje en el ascensor de tu edificio. La sensación análoga consiste en encerrarse detrás de los marcos de un espejo imaginario mientras imaginas no ser visto, a eso precisamente me refiero.

Por otro lado, escurrirse implica moverse entre los sonidos de un mundo escandaloso y dotarse de una apariencia casi invariable. Emparedarse en rituales cotidianos predecibles bastante cercanos a los esfuerzos de rendir tu aliento durante una inmersión submarina. Nuestro paso por el mundo deja tras sí un rastro sonoro mayor, sin temor a dudas, a la evidencia visual, el ruido es la estela más hiriente a la vista de aquellos interesados en darnos alcance.
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miopía lateral

Reconozco la familiaridad de los rostros desconocidos cuando mi mirada perdida acertija el horizonte blando de mis caminos hechos hilachas. Cuando el tránsito banal de mis pies atestiguan cansancio y me encajan, con precisión inconforme, al abrigo abultado de las multitudes. Es el lugar espontáneo donde prefiero descubrir el espejismo de un presente que me contempla, mientras sondeo los extravíos de mi memoria. Encuentro la volatilidad de similitudes pasajeras en el semblante itinerante de esas caras en fuga lateral, devenidas de pronto en recuerdo fosilizado de un pasado exprimido por mi mente agotada. Alucino con la somera posibilidad de recrear en ausencia el retrato  de fisonomías sepultadas por el paso del tiempo y la ajenidad de recuerdos trasfigurados en sueños desvencijados.
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Cielo abierto

Debe existir una palabra para nombrar el vértigo que embarga a quien mira el cielo en toda su vasta amplitud. El arriba, suerte de acertijo de bizcos, tuerce cuellos a voluntad. Revela la inanidad de cualquier pensamiento humano. Toda cavilación, abovedada bajo la cerradura de la premeditación, resulta descubierta en su flaqueza, cuando nuestros ojos desorbitados se asoman al interminable talante de todo cuanto flota sobre nuestras cabezas. Contemplar la danza de las nubes a la deriva hipnotiza hasta la imaginación más gris. Con pasmo asistimos a nuestra vanidad hecha trizas y damos cobijo, sin saberlo, a la indisciplina del abismo aplastante que nos sirve de techo. Nuestros deseos, sin cabalgadura, se encumbran a la sombra de esos cirros de enfilada ingravidez. Quiero irme a la caza del olvido de mis pies y no volver a "pisar la tierra". Anhelo dormir arrullado por los hábitos vocingleros del viento seco y las lágrimas bien escurridas de mis párpados entumecidos. Salvaje espejismo, que para cegarme, se vale del esplendor peregrino de un rayo de sol y el hastío de pertenecer al mundo. 
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pathos

Cualquier padecimiento, sin distingo, cualquiera sea su gravedad, naturaleza  o manifestación sintomática, genera alrededor cuotas equivalentes de aversión y cautela. Ya sean males de secuelas visibles, o  bien, dolencias imaginarias de achaques de fragua aprendida, todas las enfermedades resultan contagiosas a ojos de los sanos. Cualquier deterioro de cuerpo o mente trae consigo el distanciamiento y guardia en alto del resto de los mortales. Esa lejanía marcada de tus congéneres confiere el inexorable carácter de pestilencia hasta a la más mínima alteración de la salud. Puede expresarse ella en insana condescendencia, indiferencia absoluta o reservas permanentes hacia los requiebros agónicos de tu organismo.
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Placidez insular

El gobierno de los instintos sobre la razón adelgaza nuestros pensamientos.  Sin embargo, bien quisiera sepultarme en vida en las zonas no civilizadas de mi mente. Engullir a trozos las riendas de mi sensatez hasta sumergirme en el atavismo de los apetitos sin hartazgo posible. Esa insularidad a la deriva surca los confines del prejuicio y la laguna mental. La añoranza de la Plácida Isla de la Ignorancia se abre paso entre una mezcla de sentimientos encontrados  (por obra del azar). Dime cuándo atracaré finalmente en el puerto  del olvido del pasado tormentoso.
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cuesta abajo

Envejecer es un ritual aparatoso, urgente y sin término aparente. Atroz maniobra de superviviente de cara al olvido de sí. Abrazar el componente alucinatorio de la realidad en cada atisbo de pensamiento. La voluntad propia atardece y, esquiva, parece empujarnos a tropiezos accidentados hacia el anonimato. Son el respeto reverencial y el trato distante de los jóvenes, estigmas, que nos recuerdan la invisible huella de nuestro tránsito veloz entre las sombras confusas y caretas fantasmales del mundo conocido.
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sepulturero insomne

Le pregunto a todos mis ancestros muertos de huesos carcomidos.

Qué diferencia existe entre un pensamiento inconfeso y un sueño incomprensible.

No recibo respuesta.

Apenas el techo silente de grises madrugadas. Es el parpadeo insomne de quien se desvela por mantenerse en sus cabales.
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causa y efecto

Todas las respuestas de la vida conducen a la única y asible certeza:

Жизнь отстой
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Laberinto rectilíneo

Recorro a ciegas la esbelta continuidad de los rieles dispuestos bajo mis pies calzados, mientras me aferro a la ropa debidamente escogida antes de la salida del sol, para nada ignorante de mi destino, anticipo la llegada en el ruido metálico y el desequilibrio de mis brazos sin asidero. La rutinaria incomodidad de la maroma de mantenerse en pie, entre las estrecheces de un espacio asediado por la aplastante compañía de las muchedumbres, signa el movimiento gravitatorio de cuerpos estacionarios y obsesos de puntualidad. Descubro la reveladora certeza de cómo el túnel rectilíneo puede tornarse de pronto en laberinto. El extravío de no saber dónde me encuentro está determinado por la extrañeza ilegible de cartógrafo analfabeta. Mi tránsito de prisionero aborda la ignota oscuridad de un encierro rodante sin esquinas y sendas emparedadas tubulares. Este cotidiano infierno cilíndrico de emanaciones corporales viaja con paso envolvente hacia la oscuridad vencida por luces intermitentes. Sin rezago el milagro puede obrarse en nombre de una enfilada locomoción eléctrica. Quien se abre paso, entre una intimidad fraguada sin consentimiento y un contacto físico sujeto a los caprichos anónimos de las grandes aglomeraciones, busca hacerse de un lugar en el mundo de las peregrinaciones sin objeto.
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Inercia vegetativa

Apelo a esa maldad recóndita e instintiva para sobrevivir al lastre de la lentitud.
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espina dorsal

No me persigo para dar alcance a mi cuerpo de espaldas, sino más bien mastico alternativas que me permitan escabullirme.
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UCRONÍA

Salvo el poder de la ensoñación con circunstancias negadas por el contundente peso del presente, y agazapadas dentro de los márgenes nutricios de la imposibilidad. Me refiero a que esa situación actual, aborrecida y desdeñada, como fuente de la desdicha, es fácilmente abrazada con indulgente resignación por obra de la costumbre. Sin embargo, pensar, sin mezquindad, en las alternativas brindadas por las sendas donde se desvió nuestro camino, y se torció el destino que nos trajo hasta aquí, es una fantasía recurrente. Pensarse otro, es, en muchos sentidos, preguntarse sobre la apariencia de nuestra vida si pudieran enderezarse las esquinas de instantes remotos. El juicio emanado de situaciones hipotéticas tiene el regusto condicional de la fuga a un tiempo apacible donde nuestros errores no nos pesen. La huella del pasado inalterable está tatuada con la fijeza de un trauma cada vez que arrastramos los pies, damos vuelta porque creemos ser espiados por un extraño, cuando olvidamos el contenido de nuestros bolsillos o, por casualidad, el ocio nos sorprenden fabulando con la apariencia infantil de nuestros padres.
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Lobotomía química

La vela derrama su cuerpo en el suelo que la sostiene. Debilitada en sus cimientos, la carne desfigurada adquiere formas caprichosas y enmascara su rostro hasta tornarlo irreconocible ante el espejo. La desnudez descuartizada de una anatomía en caída compone un cuadro que sólo alcanza consuelo en el horizonte rayano del piso. El combustible son los sesos licuados en busca del estupor. El incendio presentido en la destrucción voluntaria de una memoria averiada que, sin reparar en motivos, emprende un viaje a la caza de los yerros de una  inconveniente percepción de la realidad. Mezcla indivisa de culpa y exhibicionismo de la intimidad, en el proceso, migran al vacío las formas coherentes de la conciencia. Complaciente sangría de curandero, que so pretexto del buen andar y supervivencia, sacrifica las cadencias naturales y los requiebros congénitos más caros. Es el sufriente tránsito a la abolición del yo.
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mono LOGOS

Los monosílabos son las palabras más elocuentes.

Son el credo de los hombres invisibles,

y el camuflaje obvio de los secretos represados por la vergüenza.
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Yoes

El deseo es una pulsión trasgresora. Crece con la prohibición y recorre la senda vedada por alternativas imposibles. Todo depende de una coincidencia que se revela en desgarradura fisonómica sin escondrijo posible. Las barreras antepuestas a las relaciones con el otro intensifican el misterioso regocijo de desconocerse en manos ajenas. Ese arrullo ensordece discernimiento, voluntad y los instintos de conservación. Una suerte de asfixia envolvente rodea el hecho de mostrarse dócil e inerme frente a una persona ansiada en nombre de los sentimientos más nobles. La entrega te columpia hacia un lance ciego y autodestructivo. Quien sobrevive no eres tú, más bien, una transfiguración simbiótica y alterada; una criatura bicéfala, que resulta una imagen bastante estropeada de tu vida pasada. Yacen apacibles los ratos de soledad, el vértigo ante lo desconocido y los aparejos tensos del amor propio.
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De espaldas

El camino de regreso siempre es empinado.
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foso gravitatorio

Las razones del suicida no admiten discusión. En su proclama, silente y encriptada, afianzan un desprecio por la vida. En ese desdén guardan enfundado el secreto de las despedidas. Enterrarse en vida sin ataduras ni desconsuelos hasta cavar un foso donde yacer en paz, para luego descoyuntarse de bruces con los ojos bien abiertos. Se trata de un atajo que nos ahorra el esfuerzo de presenciar nuestra adolorida ruina corporal.
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NEOTENIA

El término identifica a cierto atributo exclusivo del ser humano. Es la capacidad de conservar la apariencia pueril en el tránsito a la madurez, es decir, la presencia de características corporales propias de la infancia en etapas de la vida adulta. A medida que aumenta la longevidad humana también se agudiza el fenómeno de la neotenia. En realidad corresponde a un  mecanismo evolutivo de supervivencia de la especie. Resulta natural que al ser simios excepcionales se tengan francas dosis de ambiguación taxonómica. Entre esos rasgos destaca la piel lampiña, la orientación hacia delante de los pies, el cuello erguido en exceso y suficientemente largo para distanciarse del tronco, además, las proporciones equitativas entre las dimensiones de las orejas y el tamaño de la cabeza. Otras especies de mamíferos se van desfigurando progresivamente hasta resultar irreconocibles, ya sea producto del envejecimiento , o debido a su relación parasitaria con la naturaleza en procesos de metamorfosis drásticos.
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tecnofobia

El alumbramiento de la era tecnológica reprodujo la crédula y exagerada confianza en el futuro bondadoso de máquinas benefactoras. El progreso técnico visto como oportunidad providencial y agente facilitador de la vida cotidiana no es un mero tópico cultural. De esta huella que impregna el origen de la sociedad mecanizada, emerge la idea fundante de que el mundo técnico, nos depara un sinfín de bondades y que su llegada viene a hacernos la vida más fácil; tras esta promesa, mil veces postergada, se esconde el gran fiasco del Progreso. Sin embargo, la trama de la vida cotidiana desmiente que los aparatos y artefactos aligeren con gracia y diligencia nuestro tránsito mundano. Más bien es frecuente sucumbir a errores cuando se instrumentan esfuerzos para operarlas. La tecnología es absorbente y genera dependencia. Por esta razón, el futuro prometido, hechura de nuestro presente, ha tornado amenazante la presencia de las máquinas ya que no podemos vivir sin ellas. Toda una dependencia asfixiante que reduce nuestra voluntad propia a un gestual remedo de autómata. Nos  familiarizamos tanto con el artificioso talante de la tecnología, que su naturalidad aparente es la única señal de identidad en un mundo sin perspectivas genuinas. Hemos llegado al extremo de aceptar su presencia artificial con gusto y sin objecciones,  apenas para conformarnos con una realidad a todas luces aborrecible: la labor silente de los chismes mecánicos hace fútil cualquier actividad que prescinda de su intervención. El acto cotidiano de subir y bajar escalones de metal correctamente engranados, podría redundar en la extensión de automatismos que extingan la locomoción propia del desplazamiento físico. La atrofia a largo plazo de las extremidades humanas, superiores e inferiores, justamente aquellas partes del cuerpo que procuraron el ascenso de la civilización antropocéntrica.
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techumbre a ras de piso

A medida que envejezco el tiempo parece acelerarse. Al punto que los edificios aparentan crecer de la nada y se yerguen sobre los cielos sin esfuerzo alguno. Tal vez no advierto el verdadero origen de la velocidad del mundo. Quizás tampoco reparo en la naturaleza del confinamiento que me hace perseverar en el hábito de permanecer de pie. Quisiera tener algo más lógico que decir. En el fondo, el asiento de las sinrazones más pertinaces son las lagunas mentales que me cercan. El nombre que me conferiste es inapropiado. No me califica ni me desconoce. Huye mientras todavía queda ahínco en tus piernas.
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14/12/1975

La luz desgastada se cuela agónica sobre nuestros párpados entreabiertos y las sábanas vencidas por nuestra inquietud nocturna. En ese instante de pereza en fuga amanecemos juntos. La sintonía física, metafísica y fisiológica al fin nos hace partícipes de la dicha incolora de sabernos el uno para el otro.
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