Schopenhauer

Ciertos días se descubren reveladores y nos damos cuenta de certezas personales incómodas. Entre esas verdades gruesas de tragar considero que el asunto de la madurez ocupa un sitial prioritario. La madurez puede llegar demasiado tarde para algunos, ese es mi caso. Cuando ya tomaste decisiones determinantes y es imposible desandar el camino recorrido. De pronto descubres el abismo distante que media entre cada paso de tu zancada hacia un futuro no escrito. Esa talmúdica encrucijada es tan breve que nos patenta en cara el sentido de no pertenencia de nuestro propio pasado. Tal vez no existe reconsideración posible y preguntarse quién fuiste equivale a cuestionar los actos de una tercera persona. Hay un filósofo alemán entregado a la traducción occidental del budismo que se afanó en demostrar que el instante presente es la única categoría real y concebible para medir el paso del tiempo. Si convenimos que el presente absoluto es el único asidero auténtico con lo real, cualquier idea de futuro y pasado resulta ilusoria a razón de cualquier intercambio humano. La felicidad es una quimera. No se llega al mundo para ser feliz, la máxima aspiración es evitar el dolor. Los caminos del dolor son la necesidad y el aburrimiento. En ese caso la amargura es una opción sabia cuando se averigua el talante desesperanzador del mundo.
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