Laberinto rectilíneo

Recorro a ciegas la esbelta continuidad de los rieles dispuestos bajo mis pies calzados, mientras me aferro a la ropa debidamente escogida antes de la salida del sol, para nada ignorante de mi destino, anticipo la llegada en el ruido metálico y el desequilibrio de mis brazos sin asidero. La rutinaria incomodidad de la maroma de mantenerse en pie, entre las estrecheces de un espacio asediado por la aplastante compañía de las muchedumbres, signa el movimiento gravitatorio de cuerpos estacionarios y obsesos de puntualidad. Descubro la reveladora certeza de cómo el túnel rectilíneo puede tornarse de pronto en laberinto. El extravío de no saber dónde me encuentro está determinado por la extrañeza ilegible de cartógrafo analfabeta. Mi tránsito de prisionero aborda la ignota oscuridad de un encierro rodante sin esquinas y sendas emparedadas tubulares. Este cotidiano infierno cilíndrico de emanaciones corporales viaja con paso envolvente hacia la oscuridad vencida por luces intermitentes. Sin rezago el milagro puede obrarse en nombre de una enfilada locomoción eléctrica. Quien se abre paso, entre una intimidad fraguada sin consentimiento y un contacto físico sujeto a los caprichos anónimos de las grandes aglomeraciones, busca hacerse de un lugar en el mundo de las peregrinaciones sin objeto.
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Inercia vegetativa

Apelo a esa maldad recóndita e instintiva para sobrevivir al lastre de la lentitud.
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espina dorsal

No me persigo para dar alcance a mi cuerpo de espaldas, sino más bien mastico alternativas que me permitan escabullirme.
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UCRONÍA

Salvo el poder de la ensoñación con circunstancias negadas por el contundente peso del presente, y agazapadas dentro de los márgenes nutricios de la imposibilidad. Me refiero a que esa situación actual, aborrecida y desdeñada, como fuente de la desdicha, es fácilmente abrazada con indulgente resignación por obra de la costumbre. Sin embargo, pensar, sin mezquindad, en las alternativas brindadas por las sendas donde se desvió nuestro camino, y se torció el destino que nos trajo hasta aquí, es una fantasía recurrente. Pensarse otro, es, en muchos sentidos, preguntarse sobre la apariencia de nuestra vida si pudieran enderezarse las esquinas de instantes remotos. El juicio emanado de situaciones hipotéticas tiene el regusto condicional de la fuga a un tiempo apacible donde nuestros errores no nos pesen. La huella del pasado inalterable está tatuada con la fijeza de un trauma cada vez que arrastramos los pies, damos vuelta porque creemos ser espiados por un extraño, cuando olvidamos el contenido de nuestros bolsillos o, por casualidad, el ocio nos sorprenden fabulando con la apariencia infantil de nuestros padres.
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Lobotomía química

La vela derrama su cuerpo en el suelo que la sostiene. Debilitada en sus cimientos, la carne desfigurada adquiere formas caprichosas y enmascara su rostro hasta tornarlo irreconocible ante el espejo. La desnudez descuartizada de una anatomía en caída compone un cuadro que sólo alcanza consuelo en el horizonte rayano del piso. El combustible son los sesos licuados en busca del estupor. El incendio presentido en la destrucción voluntaria de una memoria averiada que, sin reparar en motivos, emprende un viaje a la caza de los yerros de una  inconveniente percepción de la realidad. Mezcla indivisa de culpa y exhibicionismo de la intimidad, en el proceso, migran al vacío las formas coherentes de la conciencia. Complaciente sangría de curandero, que so pretexto del buen andar y supervivencia, sacrifica las cadencias naturales y los requiebros congénitos más caros. Es el sufriente tránsito a la abolición del yo.
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