Busco el alma ausente
debajo de mi piel de vidrio. La fragilidad de vaso colmado hasta el borde me
dice, al oído mientras nadie escucha, que confundo la plenitud con el vacío. El
grito y el eco se confunden por obra del hábito claustrofóbico de aprender a
ver en las tinieblas de esa caverna de sangre, huesos y
vísceras. El hogar es una prisión con la puerta abierta en la que permaneces
por voluntad propia en nombre de la falsa comodidad de lo familiar. Nunca he sido yo del
todo, soy más ese ser anónimo que ha escrito los libros más antiguos con las
palabras más simples. Soy tú viéndote en el espejo sin reconocerte por los
embates del tiempo. Eres ese "yo" aferrado a la imposibilidad de perpetuar la despedida
y atesorar, en cada bocanada de aire, ese cautiverio resguardado con celo, bajo las densas capaz de ese eufemismo llamado «amor propio».
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