Hospitalidad

En la misma cuadra del edificio donde vivía de niño, a escasos metros de mi primer hogar, quedaba un manicomio. De cuando en cuando, se repetía un suceso que con el tiempo permanecería en mi memoria como enclave fosilizado del pasado u origen de verdades ocultas, que yacientes bajo toneladas de sedimentos submarinos parecen mantenerse sumergidas. La anécdota era simple. Generalmente la lógica de la crueldad tiende a pautarse desde la simpleza en sus engranajes, sus mecanismos bien dispuestos están al servicio del anhelante propósito de perpetuar la desesperanza. La vecindad con el asilo de dementes se hizo tan cotidiana como saludar a mis reales vecinos en el ascensor, me refiero en especial a la sensación que nos embarga cuando nos topamos con esos "familiares desconocidos" que con exagerada formalidad saludamos casi a diario. En ese itinerario de ascenso y descensos arreados por cuerdas verticales, dentro de un caja claustrofóbica, durante el cual sumidos en el trance del mutuo voto de silencio, todos nos postramos ante la impostura de la indiferencia, todos nos hacemos los desentendidos sobre los rastros de la vida ajena que se cuelan por las tuberías, y con naturalidad, casi adrede, disociamos toda certeza sobre nombres y rostros.

El episodio en cuestión al que deseaba referirme, consistía en que, cada cuanto, el mismo loco fugitivo se escapaba de su reclusión y tocaba la puerta de mi apartamento haciéndose pasar por vendedor de enciclopedias. Como la primera vez salí indemne de cualquier daño, se me hizo costumbre recibirlo en la sala de mi casa. La buena fe me llevó a seguirle la corriente en futuras oportunidades y repetir el ritual de la conversación y el fingido interés en su alucinado proceder. Dicen que los sonámbulos no les puede despertar y la perturbación de las andanzas de su sueño puede resultar en terribles consecuencias. Algo similar sucede en las distancias que mantienen a la cordura ajena a los linderos de la insania mental, decides convivir con el vértigo de caer y los mareos que traen consigo, todo a sabiendas que entablar amistad con enfermedades, suele tornarse una obsesión enfermiza.
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