pies en el suelo


El insano recuerdo de tus desvaríos

asidos de pies y manos

Cabalgan, sin riendas ni espuelas, en el lomo sin pulir

de la madera desnuda.

La rústica e hiriente caricia del carpintero dispuso

Apariencia y trato cruento

 a las carnes mutiladas de tu cabalgadura.



La hospitalidad del manicomio

Cautiva en celdas transparentes

Contagia la cura

que anida a solas en la nostalgia

por la coherencia estatuaria del afuera

sin saciar la sed por los venenos del mundo exterior



Garganta sedienta

No te aferres a la esperanza de caer

No te fíes del andar desbocado de la imaginación

Tu boca extenuada

por los desafueros y los hábitos pertinaces de quien respira

es trama y fin

Aliento y desaliento

La asfixia indolora y contemplativa

del paroxismo



Morir nunca es intento

No hay veneno ni puertas

Tu agonía

Solo es remedo

De soledad

Sombra y alegría de reposo desposeído



La combustión del aire

Consume materia

Sin madera para vivir

El aire escasea

estrangula los fuegos

De la vida

sin voluntad ni tiempo

para disentir.
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pies en el suelo


El insano recuerdo de tus desvaríos

asidos de pies y manos

Cabalgan, sin riendas ni espuelas, en el lomo sin pulir

de la madera desnuda.

La rústica e hiriente caricia del carpintero dispuso

Apariencia y trato cruento

 a las carnes mutiladas de tu cabalgadura.



La hospitalidad del manicomio

Cautiva en celdas transparentes

Contagia la cura

que anida a solas en la nostalgia

por la coherencia estatuaria del afuera

sin saciar la sed por los venenos del mundo exterior



Garganta sedienta de los venenos del mundo

No te aferres a la esperanza de caer

No te fíes del andar desbocado de la imaginación

Tu boca extenuada

por los desafueros y los hábitos pertinaces de quien respira

es trama y fin

Aliento y desaliento

La asfixia indolora y contemplativa

del paroxismo



Morir nunca es intento

No hay veneno ni puertas

Tu agonía

Solo es remedo

De soledad

Sombra y reposo



La combustión del aire

Consume materia

Sin madera para vivir

El aire escasea

estrangula los fuegos

De la vida

sin voluntad ni tiempo

para discernir
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Hospitalidad

En la misma cuadra del edificio donde vivía de niño, a escasos metros de mi primer hogar, quedaba un manicomio. De cuando en cuando, se repetía un suceso que con el tiempo permanecería en mi memoria como enclave fosilizado del pasado u origen de verdades ocultas, que yacientes bajo toneladas de sedimentos submarinos parecen mantenerse sumergidas. La anécdota era simple. Generalmente la lógica de la crueldad tiende a pautarse desde la simpleza en sus engranajes, sus mecanismos bien dispuestos están al servicio del anhelante propósito de perpetuar la desesperanza. La vecindad con el asilo de dementes se hizo tan cotidiana como saludar a mis reales vecinos en el ascensor, me refiero en especial a la sensación que nos embarga cuando nos topamos con esos "familiares desconocidos" que con exagerada formalidad saludamos casi a diario. En ese itinerario de ascenso y descensos arreados por cuerdas verticales, dentro de un caja claustrofóbica, durante el cual sumidos en el trance del mutuo voto de silencio, todos nos postramos ante la impostura de la indiferencia, todos nos hacemos los desentendidos sobre los rastros de la vida ajena que se cuelan por las tuberías, y con naturalidad, casi adrede, disociamos toda certeza sobre nombres y rostros.

El episodio en cuestión al que deseaba referirme, consistía en que, cada cuanto, el mismo loco fugitivo se escapaba de su reclusión y tocaba la puerta de mi apartamento haciéndose pasar por vendedor de enciclopedias. Como la primera vez salí indemne de cualquier daño, se me hizo costumbre recibirlo en la sala de mi casa. La buena fe me llevó a seguirle la corriente en futuras oportunidades y repetir el ritual de la conversación y el fingido interés en su alucinado proceder. Dicen que los sonámbulos no les puede despertar y la perturbación de las andanzas de su sueño puede resultar en terribles consecuencias. Algo similar sucede en las distancias que mantienen a la cordura ajena a los linderos de la insania mental, decides convivir con el vértigo de caer y los mareos que traen consigo, todo a sabiendas que entablar amistad con enfermedades, suele tornarse una obsesión enfermiza.
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Magiar Posta

Cuando sueño que soy Húngaro

Me embarga cierto nomadismo gitano indefinible

Mi rostro inexpresivo de estampilla de bohemia

se aferra como máscara
a las carnes nunca vistas de mi fisonomía,

esa cara trasluce los requiebros de una risa de bárbaro
con los delirios de grandeza de la vida civilizada

El linaje de la violencia y sus atavismos desbordados
rompe los diques de la razón del animal doméstico aplastado en mi interior.

Mis instintos dementes orbitan alrededor de los lances flagelantes y aspavientos,
de un amo compasivo y gesticulante,

Vulgaridad contenida en el aliento suspendido dentro de la garganta,
por el hábito de no respirar aires extranjeros.

Cuando ingenio el cobijo a mi deseo de no ser
                   recurro a teritorrios flotantes que vagan insepultos
en mi anhelo inconfeso de ser húngaro.

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Fisonomía dual

Su doble identidad

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fiel reflejo dispuesto sobre un espejismo congelado

anticipaban su contradicción fundamental:

La vecindad conflictiva entre

la sombra cavernaria de la RAZÓN y el INSTINTO

suma indescifrable de Caos y Orden

La civilización, maquinal y asesina.

El atavismo y su violencia de criatura salvaje.

La inmortalidad de sus planes ambiciosos,

La inminente descomposición de su cuerpo mortal.

Bifronte destino donde
sociedad y naturaleza

disputan su lucha por coexistir
en una misma mente
en sola cabeza

y se entremezclan hasta la indistinción.
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