Entrañas robóticas

No me había percatado del asunto, pero hace varios días descubrí mi verdadera naturaleza. No es humana ni animal. Soy un androide. Un robot humanoide cegado hasta la médula en su capacidad de establecer sintonías con las emociones ajenas. Insensible a los humores y mareas del ánimo de otros permanezco ausente mientras tomo por objetos danzantes e inanimados al resto de los mortales que me toman erróneamente como su semejante. La sensación anómala hace de mí un artificio mecánico sordo a su propia singularidad. Me muevo entre la muchedumbre, sin saber a ciencia cierta cuál es la fáctica dimensión de ser una máquina con sentimientos inaudibles. Siendo un autómata me conduzco en el deleite autista de no estar del todo presente. Sin tener conciencia exacta de las secuelas obvias de palabras y actos. Sea yo una pieza, objeto o criatura de apariencia seudo humana he podido descubrir que mi silente tránsito mundano es el eco empozado de quien atesora la cortesía de ser invisible al contacto humano. No se trata de un hábito torpe, sino la respuesta corriente de no considerarse parte del mundo. Carezco de la capacidad de percatarme de la existencia de otro ser.
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