desierto sin nombre

En el origen de toda cosa reside la senda a seguir en el futuro. Ese estado de latencia lactante tiene rango de perpetuidad desfallecida. Por eso caer y arrodillarse nos permite mirar atrás a hurtadillas hasta esclarecer el comienzo de nuestro fin. Es un hondo desierto sin nombre que sepulta ilusiones y desesperanzas bajo la pisada irrevocable del paso del tiempo, solo con el propósito innoble de extraviar tu mirada en espejismos interminables.
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auricular

El amparo de las líneas telefónicas diluye la atmósfera personal de toda conversación. Hablar a distancia o por obra de cualquier otro artificio mecánico nos libra de dos males de la comunicación cara a cara. De la exacerbada sensibilidad hacia el interlocutor y de todos aquellos elementos perturbadores que podrían desviar nuestra atención momentánea a las palabras ajenas. No hay aliento u olor alguno, tampoco miradas, ni siquiera una fisonomía a la cual asociar la voz. Resulta obvio asociar estas condiciones con la puesta en práctica de conversaciones con márgenes de confidencia difíciles de tolerar para los enemigos fervientes de la franqueza.
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