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En edad precoz representó una gran decepción descubrir que las piedras más
llamativas no eran tales, en realidad se trataba trozos de vidrio
erosionados por la perseverante agonía de las olas del mar. Encontré
consuelo en otras deducciones emergidas de mi racionalidad adulta
que, poco a poco, minaron para siempre ese encantamiento natural del
entorno cotidiano. Por años guardé contenidos de termómetros,
ignorante de la temeridad de mi colección. Tal vez no he perdido mi
tendencia a desdoblar las esquinas y torcer la lógica predecible de
mi alrededor. Pueblo los espacios en blanco a sabiendas del escasa
significación de las palabras. Quizás sobrevivir sea vergonzoso en
las actuales circunstancias, de por sí adversas y mediocres.