auricular

El amparo de las líneas telefónicas diluye la atmósfera personal de toda conversación. Hablar a distancia o por obra de cualquier otro artificio mecánico nos libra de dos males de la comunicación cara a cara. De la exacerbada sensibilidad hacia el interlocutor y de todos aquellos elementos perturbadores que podrían desviar nuestra atención momentánea a las palabras ajenas. No hay aliento u olor alguno, tampoco miradas, ni siquiera una fisonomía a la cual asociar la voz. Resulta obvio asociar estas condiciones con la puesta en práctica de conversaciones con márgenes de confidencia difíciles de tolerar para los enemigos fervientes de la franqueza.

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