Farsa evidente

Cuando asumes la farsa como estrategia de vida, no queda otra aspiración que reptar sin escándalo entre la muchedumbre. El subterfugio se aferra al deseo de ser verosímil con la fijeza estatuaria de un remordimiento indigesto. En la naturaleza del farsante, la mentira alcanza una relevancia equiparable al instinto de supervivencia. Esa obsesión fatídica y estadio de voluble sinceridad llevan a reflejarse en la esperanza vana de ser auténtico. La sombra proyectada en el rostro de sus pares luce convincente hasta acobijar a un número abultado de aduladores.  La pantomima es el refugio obvio para quien huye del compromiso de averiguar quién es. El gesto emana la elocuencia retórica de despedidas más próximas a un "hasta nunca" sostenido y agudo en el tiempo.

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