fin.

Ese año me detuve. Al punto de ser fiel al propósito de no intentar moverme jamás. Sepultarme en el hábito inconmovible de retener el aliento y la erguida firmeza de cada una de mis vértebras. Con pétrea convicción  asumí mi papel de testigo enmudecido de la naturaleza falaz de las personas. Inmisericorde rutina abrazada a modo tic nervioso inacabado.

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