Ivan Bazarov
9:04:00
Yoes
El deseo es una pulsión trasgresora. Crece con la prohibición y recorre la senda vedada por alternativas imposibles. Todo depende de una coincidencia que se revela en desgarradura fisonómica sin escondrijo posible. Las barreras antepuestas a las relaciones con el otro intensifican el misterioso regocijo de desconocerse en manos ajenas. Ese arrullo ensordece discernimiento, voluntad y los instintos de conservación. Una suerte de asfixia envolvente rodea el hecho de mostrarse dócil e inerme frente a una persona ansiada en nombre de los sentimientos más nobles. La entrega te columpia hacia un lance ciego y autodestructivo. Quien sobrevive no eres tú, más bien, una transfiguración simbiótica y alterada; una criatura bicéfala, que resulta una imagen bastante estropeada de tu vida pasada. Yacen apacibles los ratos de soledad, el vértigo ante lo desconocido y los aparejos tensos del amor propio.

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